jueves, 7 de enero de 2010

MAGNIFICO "QUITE"!!

ANTECEDENTE HISTORICO.



Las corridas de toros en España, tal como las conocemos hoy datan del siglo XVIII, cuando la nobleza abandonó el toreo a caballo y la plebe comienza a hacerlo a pie. En un principio no existían tercios, ni orden, ni reglas en las c uadrillas; y es Francisco Romero el primer diestro que pone orden a la fiesta y el creador de la muleta tal como se conserva hasta la actualidad.



LAS CORRIDAS DE TOROS.



En España las corridas empiezan a las cinco de la tarde en marzo, retrasándose paulatinamente hasta las siete en agosto, y adelantándose hasta las seis en otoño.

Cuando en el reloj de la plaza suenan las campanadas a la hora señalada por la "autoridá" para comenzar la corrida, el presidente muestra el pañuelo blanco, y los clarineros y los timbaleros hacen sonar sus instrumentos anunciando el comienzo del espectáculo. A continuación con las primeras notas del pasodoble El Gato Montés arranca desde la puerta de cuadrillas el paseíllo de rigor.

La cuadrilla de los toreros que realizan este paseíllo están compuestas por autoridades y ejecutantes de la manera siguiente:

Abren plaza dos alguacilillos a caballo, detrás, en primera fila, los tres toreros alternantes; en segunda fila, los tres banderilleros del primer torero; en tercera fila, los tres banderilleros del segundo torero; y en cuarta fila, los tres baderilleros del tercer torero. Detrás, de dos en dos, los picadores a caballo y al final, los mozos y areneros, las mulas y los mulilleros.

El alguacilillo es el agente encargado de transmitir y ejecutar las órdenes del presidente durante las corridas de toros. Vestido de negro y con sombrero recuerda la indumentaria de la época de Carlos IV. Es el primero de los miembros del paseíllo que sale al ruedo de la plaza al que da una vuelta, saluda al palco de la "autoridá" de quien, simbólicamente, recoge las llaves de "toriles" y regresa hasta la puerta de cuadrillas para encabezar el paseíllo; más tarde es también el encargado de entregar los premios otorgados por el presidente a los toreros que se hayan hecho merecedores.


Y UNOS AFICIONADOS.

En la Taberna Los Timbales en la calle de Alcalá de Madrid, los martes y los jueves a eso del medio día se reunían puntualmente tres buenos amigos que compartían una grande afición por la fiesta de los toros.
Varios años llevaban ya Laureano, Sabastián y Josema de ocupar dos veces por semana la misma mesa en esta taberna, mesa con una cubierta de madera gruesa y muy vieja, con cuatro patas cuadradas, barnizada en color café muy oscuro y marcada profusamente con quemaduras de cigarrillos. Aquella de ese rincón del fondo sobre la que luce un viejo retrato de Cagancho, el Gitano de los Ojos Verdes.
Las conversaciones abundaban siempre en sus diferentes opiniones sobre los toreros preferidos, las plazas de toros españolas, las ferias taurinas del año que corría, las ganaderías, los mejores quites que habían presenciado o de los que estaban esterados. Que si Antonio Bienvenida, Joselito Huerta, Pedro Martínez "Pedrés", Manolete, Belmonte, el Cordobés, etc. Que si la plaza de Ronda, la de Las Ventas de Madrid, la de La Real Maestranza de Sevilla, La Monumental de Pamplona. Que si la feria de Pedro Romero, la de San Isidro, la de Sevilla, la de San Fermín. Que si la ganadería de Miura, la de Palha, la de Zalduendo, la de Cuadri, la de Victorino Martín ... Y así tenían material más que sobrado para entretener el ocio del día.

Tenían ya enfrente un segundo chato de Fino acompañado de unas tapas que estaban de rechupete: fuet, longaniza, gambas rojas con ajo y perejil, espárragos, chipirones, algo de jabugo, etc. El tema de plática en este día sería sobre "quites oportunos y lucidores" que habían llegado a considerarse casi como de antología y, estando a punto de iniciarse la charla, se acercó a la mesa otro parroquiano frecuente ya conocido de ellos cuyos compañeros de mesa aún no se aparecían. Paco Ortega era su nombre; regordete, de baja estatura, de naríz ancha y prominente, cara enrojecida, muy oloroso a agua de colonia y con manos de reciente manicura.
Josema, Laureano y Sebastián le invitan a compartir un chato y unas tapas en tanto llegan sus contertulios.
Laureano retoma el tema de los quites, algunos tan oportunos y eficientes que con seguridad habían salvado las vidas de los involucrados. Recuerda Laureano aquel quite por chicuelinas de Joselito Huerta en la Feria de San Isidro de 1956 con el que pudo librar de una grave cornada a su mozo de confianza Pepete.
Por su parte, Josema revivió aquel otro por gaoneras que le hizo Pedrés a un miura -como catedral, astifino- que pudo haber matado a su banderillero El Niñosabio en una corrida en la Maestranza de Sevilla durante la feria de 1958.
El recién llegado Paco Ortega, que ciertamente no se hacía notar por sus conocimientos sobre la fiesta, decidió participar en el tema que se tocaba, y trás un discreto carraspeo para despejar la garganta, intervino:
-- Pues aquí donde me véis he de deciros, en estricta confianza, que si hoy estoy con vida lo debo también a un inesperado quite.
-- Pero si tú, salta al punto Sebastián, lo más cerca que has estado de un toro es cuando te ponen enfrente un bisté!!, ¿Cómo coño le debes la vida a un quite... nos estás camelando o qué?-
-- Nada más lejos de eso Sebastián, dice Paco, es que no me habéis dejado completar mi dicho. El quite al yo me refiero es al de pantaletas que un payo malasombra dió a mi madre en un callejón oscuro de Triana durante la feria hace treinta y cinco años!!. Joder!! que cada quien vive por causas muy diferentes, pero aquí de lo que ha venido hablando es de cogidas o de la inminencia de ellas.

Pues nada, que este Fino que viene es por mi cuenta y que haya salud!!, brindó Paco Ortega.

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