viernes, 27 de febrero de 2009

Sucedió en Cunduacán

Como me lo contaron así lo cuento ...

Erase que se era una vez en Cunduacán hace poco más de sesenta y cinco años que allí vivían mi primo Fernando Sala y su esposa Moraima Leandro que se habían casado dos o tres años antes y que habitaban una casa en el pueblo.
Si Cunduacán es hoy un pueblo zorrero y bicicletero podrán imaginarse que en aquel entónces no alcanzaba ni siquiera esos calificativos. Una de las muy escasas distracciones que se daban los que allí sobrevivían era la de visitar diariamente , muy temprano por la mañana , a varios de sus vecinos más próximos para chismear sabrosamente sobre las noticias que, a duras penas, les llegaban y disfrutar de una taza bien caliente del café "de calcetín" que para esas horas toda buena o mala ama de casa tenía preparado para compartir con las visitas. Generalmente se hacía la plática al aire libre, en el patio trasero de las casas y casi siempre de pie, recargados contra el "brocal" del pozo de agua infaltable por necesidades de salud en cada casa.
Las tazas del café las ponían sobre la parte superior de ese brocal así como también algún plato con pan o con algo de dulces regionales que, eso si, eran y siguen siendo muy ricos.
Todo lo anterior para ubicarnos debidamente en el porqué de lo sucedido.

Una de esas tantas mañanas llegó, como casi todos los días, uno de los más asiduos concurrentes a ese ritual. Un señor ya de edad más que mediana, conocido por su simpatía y buen humor y bien estimado por todo el que lo trataba. Cuando Moraima le preguntó por qué había faltado un par de días al cafécito, éste le contó que había tenido que ir a Villahermosa (ida y vuelta en el barquito del río que daba ese servicio) para que el dentista Fulano le colocara, por fín, la dentadura postiza que venía haciéndole desde dos meses atrás. Y con una amplia sonrisa le mostró a Moraima la nueva herramienta recién instalada.


Como en la mayor parte de esos casos, y menos en ese tiempo, no era nada fácil que el adminículo quedara cómodo pues siempre provocaba molestias que el instalador iba tratando de resolver poco a poco. En esas estaban cuando Moraima recordó que le acababan de traer unos merengues, fué por ellos al comedor de la casa y le ofreció uno a su visita que lo aceptó de buena gana. Pero ¡ oh ! destino fatal, al dar la primera mordida al dulce sintió molestias en las encías y después terminar ese bocado, procedió a quitarse ambas placas postizas y las puso con cuidado sobre el brocal del pozo, al lado de su taza de café.

Terminó de comer el merengue, ya sin la molestia de los postizos, apuró lo que restaba del café, agradeció las atenciones de la anfitriona y empezó a caminar hacia la casa... Moraima ve las dentaduras olvidadas en el pozo y lo llama: Don "A", sus dientes !! . Regresa Don "A", toma los dientes y sin más los instala sobre ambas encías y, más que de inmediato comienza a escupir deseperadamente y a tratar de quitarse los postizos. Finalmente lo consigue y encuentra que el terrible escozor que sentía se debía a que sus dientes, embarrados del merengue de la primera mordida, se habían cundido de hormigas, de esas rojas que más que picar siente como que te muerden.

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